Por muchos años quise ser la mujer maravilla.
En términos prácticos, creía que podía hacerlo todo yo sola, que no necesitaba ayuda, que debía ser perfecta en todo lo que hiciera, que cualquier cosa que saliera de mi debía ser perfecta, si cometía un error me daba duro y solo me enfocaba en el error que cometía, tenía un juez muy cruel dentro de mí, siempre que me veía al espejo veía mis imperfecciones, el gordito de más que me había salido, la nariz que no me gustaba, el grano en la piel, en fin era un estado de permanente auto-juzgamiento.
Ni que decir de mi relación con los demás, por ejemplo con los hombres, como yo podía con todo no dejaba que me atendieran, ni me daba el permiso de verme frágil ante ellos, porque ¡yo podía con todo!
Por supuesto esto generaba inconvenientes en las relaciones de pareja, esta creencia también impactaba mi relación con familiares y amigos. Me costaba pedir, por ejemplo pedir ayuda, creía que al pedir no me iban a dar o que iba a pasar por una persona débil y esto en lo más profundo tenía que ver también con mi incapacidad para recibir, no me consideraba apta para recibir porque como siempre mi juez interno me recordaba que no había hecho las cosas perfectas entonces no merecía las cosas buenas y gratificantes de la vida.
Esta creencia se convirtió en un círculo vicioso de dureza y exigencia conmigo misma, porque quería ser la mujer maravilla, después de aceptar que tenía esta creencia en mi vida decidí rescribirla, ya sé que no soy la mujer maravilla pero si sé que soy una mujer maravillosa.
¿Te has sentido alguna vez la mujer maravilla?